Marcha tras el chirrido
de los ejes de su carreta el viejo Mañungo, querendón de la tierra, vestido con
ropajes sencillos que hacen ligero su andar, garrocha al hombro cuenta sus
pasos en trechos cortos, para entretenerse, sus pies calzados con gruesas
ojotas y en su cabeza una gran chupalla de paja; silba de manera particular a
su yunta de bueyes para apurar el tranco así la carreta desliza sus pesadas
ruedas por blando suelo polvoriento para luego avanzar por largo tiempo en el redoblar
del duro pavimento.
Por ese camino eterno, continúa con el paisaje
a sus espaldas, su puerto, que derrocha frescura por agitados oleajes salobres
que en lejanía se confunden, en cada movimiento, con ocres matices de ciudad.
Mañungo sigue la huella ancestral y piden al
buen Dios lo acompañe en el recorrido de hasta ochenta kilómetros en visita por
varios pueblos hasta llegar a la capital; viaje que emprende junto a familiares.
Con sus carretas colmadas de paquetes de Cochayuyo oscuros y secos, que manos
laboriosas han trabajado con brío durante el año y esperan su venta sea la
recompensa para rellenar sus alforjas con mercadería para varios meses.
El día generoso se desliza y derrite el
tiempo, lentamente la noche con su secreto manto los alcanza. Una levantada de
garrocha anuncia la frenada, miran el entorno y se acomodan en preparación de
su merienda, con el cielo tachonado de estrellas como techo. De madrugada,
después de reparador descanso continúan su lenta marcha.
Al llegar a lugar de destino presentan esta
joya del mar. Más conocido como Cochayuyo también se le denomina, Cochaguasca,
Cachiyuyo o Colloi. Exquisita alga comestible rica en yodo que, al natural, es
de cuerpo oscuro y escurridizo de largos brazos, cilíndricos y ahuecados tentáculos,
como verdaderos látigos de más de diez metros. Una vez ubicado es arrastrado
hasta sus hogares en donde es lavado, medido, cortado en trozos de cuarenta
centímetros de largo por veinte de circunferencia que amarrarán para hacer atados,
oscuros o rubios. Una delicia para cualquier casa donde se cocine por sus
grandes propiedades alimenticias, beneficiando la salud, reducir el colesterol,
acidez estomacal, energizante, controlar el peso, para el hipotiroidismo y
mucho más.
Innumerables son los platillos ejecutados
con este producto, entre los que tenemos: empanadas, guisos, sopas, puré,
croquetas, ensaladas.
En brillantes arenas,
individuos, doblegan su espíritu y su carácter, en la recolección de este
producto que les entrega el mar. Las orillas costeras se cubren de recolectores
que recorren las playas apremiando al mar regale su fruto que dará de comer a
millares de familias.
Estoicos siguen
ancestrales huellas, curvadas sus espaldas y forradas de añosos tiempos; sus
manos llagadas por la sal de mar adherida por masiva recolección de este genuino
manjar que tenazmente enriquece costas en lugares fríos de fuerte oleaje o a
poca profundidad, ya desprendidos de las rocas quedan tapizando playas completas,
riqueza del hombre sencillo que se ha alimentado y que ha vivido de ellas por
miles de centenas en nuestras costas sureñas del gran pacífico.
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