Don Gastón, un gato bonachón
y muy generoso, dueño de una gran hacienda y jinete de carrera. Quedó admirado
de la hermosa vista que tenía ante sus ojos, inmenso y verde terreno preparado
para desarrollar la competencia “parejera
de caballos”, tema ecuestre que lo apasionaba.
Llegó a ese lugar acompañado del muchacho Cosme,
un conejo muy astuto, pero ambicioso a los ojos de los trabajadores. Criado desde
pequeño bajo el alero de don Gastón que, con el tiempo, bajo su influencia
aprendió el oficio de jinete profesional.
Era la primera vez que don Gastón se
presentaba en ese territorio de competencia invitado por su ayudante y amigo,
el conejo Cosme; pero éste, que siempre andaba con segundas intenciones, ya
tenía preparado el engaño y se había esmerado en convencerlo para que
presentara en este desafío a Pirincho,
su caballo regalón.
Pirincho
era un caballo veloz, nacido y amansado en la hacienda, muy bien entrenado para
las carreras y don Gastón tenía depositada toda la esperanza en él para ganar
el premio que coronaría sus esfuerzos de tantos años, además estaba, orgulloso
de haber salido seleccionado para competir en la primera carrera junto a Sultán, potente equino purasangre.
La avaricia y el interés hormigueaba en el
corazón del conejo Cosme, sufría anhelando ser el dueño de Pirincho y deliberadamente
buscaba motivos para asegurar su intrínseco deseo, aún a costa de quebrantar el
compromiso adquirido con el dueño de la hacienda: serle fiel y cuidarle siempre
las espaldas de futuros cuatreros que rondaban con el propósito de robar sus
animales.
La caminata por los
alrededores del lugar dio motivo para que el conejo Cosme soltara sus intrigas,
con ademanes muy peculiares le susurraba meloso en el oído a don Gastón, que
según lo que había visto y comparado con otros caballos, a Pirincho le faltaba preparación, por lo que seguramente no ganaría
la carrera, lo decía de forma tan convincente que eso descolocó a don Gastón, e
ideas inquietantes comenzaron a rondar su cabeza, sin embargo, ya era tarde y
asumía su destino.
Esa tarde don Gastón, con preocupación, tiraba
su caballo Pirincho bien enjaezado, a
la pista preparada para la competencia; todas las apuestas estaban orientadas
hacia el purasangre Sultán, predilecto
entre las cuatro parejas que se presentaban a la carrera. El conejo Cosme, se
apresuró a tomar las riendas cuando su amigo le mencionó su intención de ir al
baño y de paso retiraría sus guantes olvidados en el camerino.
Grandes caballerizas techadas, con
pesebreras llenas de fardos de paja, jinetes con sus caballos, yeguas,
potrancas, potrillos, más allá, los veterinarios, entrenadores dando órdenes, todos
en ajetreo constante.
El conejo Cosme, al ver los establos
atestados soltó las riendas de Pirincho
para confundirlo entre los animales y fue en busca de Sultán, con la intención de complicar a don Gastón que, a último
momento no tendría otra solución que montar a Sultán y lo culparan de robo. Así se cumpliría su sueño de tener a Pirincho.
Casi al toque de la largada apareció don
Gastón y de un salto quedó bien montado en la silla, fusta en mano agarró las
riendas y enfiló a colocarse en el carril de esa “carrera parejera”. De inmediato notó la tensión del caballo cuando
tiró de las riendas, ese no era su “Pirincho”.
Y las preguntas asaltaron su mente de inmediato: —“¿Qué pasó? ¿Y mi caballo? ¡Los aperos son de Sultán! —¡Cosme, Cosme! ¿Muchacho
dónde estás? —gritaba. —Mientras el conejo Cosme, escondido, se reía.
Ya todos se dirigían a la pista, un jinete
al verlo tan descontrolado, le dijo:
—Vaya, vaya a ubicarse en el carril, amigo,
que la carrera va a comenzar.
—Pero, ¡por la miéchica, este no es mi caballo!, y en esta batahola, ¿dónde voy a
encontrar al dueño de Sultán?
—Córralo no más, el caballo se ve bueno,
amigo, que espera. —le respondió el otro jinete.
Al escuchar eso,
rápidas
cruzaron imágenes de triunfo y vítores que hicieron titubear su sentido ético. —“No
es mi Pirincho, pero… ¿Montado en
este soberbio equino podría ganar la carrera?” —se dijo— “¡Ay Cielo Santo sería
el campeón!”. —Su mente se nubló y las ansias de ganar hicieron un nudo en su
lengua y en su sentido de honestidad. “¡Ahora sí, con este purasangre ganaré!”
—concluyó.
En segundos se dio la señal de partida y salieron
los dos caballos en vertiginosa carrera, de reojo alcanzó a ver al conejo Cosme
montado en su “Pirincho”, poco pudo hacer ya que, “Sultán” al desconocer al jinete comenzó a brincar furiosamente a la
vez que corría desbocado a campo traviesa, sin facilitar en nada la posición de
don Gastón que irritado tiraba de las riendas para darle dirección, mas, el
caballo seguía sus impulsos nerviosos que lo llevarían a un insalvable destino.
El camino desaparecía bajo
los cascos rápidamente y don Gastón, gato fornido se sujetaba cual parásito a
la silla de “Sultán”, trataba de
ubicar el camino, pero él no conocía el terreno y menos imaginaba la existencia
del barranco que se presentaba en picada al río.
En segundos, don Gastón y “Sultán” caían estrepitosamente al vacío;
donde su “amigo”, el conejo Cosme, pasadas unas horas del hecho, los encontró
sin vida.
—“Nunca imaginé esta tragedia”. —se quejó el
conejo —“Don Gastón me recibió huérfano y fue tan bueno conmigo, quizás si le
hubiera pedido el caballo, me lo habría regalado, qué tonto fui, no medí las
consecuencias, ¿ahora ya fallecido de qué me sirve “Pirincho”? Todos vieron mi mal comportamiento, ¡claro que lo
deseaba, Santo cielos, ¡pero no a este precio!” —y soltó el llanto.
La ambición y la envidia
devoran a cualquiera y no mide consecuencias.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario