6/06/2022

SWEATER MODERNO.


Óscar, pidió permiso en la oficina para ir a ver a su novia Clorinda que vivía en una hacienda a nueve kilómetros de la ciudad. Ahí lo esperaba Clorinda junto a sus padres, a la legua se notaba que no miraban con buenos ojos al nuevo pretendiente. Su pequeña, era la luz de sus ojos y no querían esa unión. 

   En los fogones de la cocina, la abuela Elcira trabaja afanosamente preparando platillos especiales para la ocasión por encargo de la dueña de la hacienda, su vecina; la abuela siempre estaba dispuesta para ayudar en estos eventos, acompañada de su nieto Nachito de nueve años, que era el primero en la fila. Éste, observaba lo que ocurría en casa y no estaba de acuerdo con el casorio de su amiga Clorinda, a él no le convenía, ya casada la señorita Clorinda se iría definitivamente a vivir al pueblo y se acabarían sus paseos a caballo y los regalitos. 

   Los novios después de almorzar bien abundante se prepararon para dar una vuelta por el potrero. A pesar que llevaban un buen tiempo de novios, él no había tenido la oportunidad de visitarla en el campo, ahora podía familiarizarse con esa vida especial y colorida. 

   —Óscar, cambia tus lindas ropas porque te puedes ensuciar —le dijo. — Y preguntó a su padre si había peligro, él con voz calmosa: 

   —Tranquila hija, todo está en su lugar y el toro también, el capataz personalmente lo dejó en la quebrada con las trancas cerradas. De todas maneras, no se alejen mucho. —dijo. —Y como vio a Nachito le ordenó:

   —Y tú Nachito, deja tranquilos a los novios, vete a cuidar las ovejas y abre las trancas.

   Óscar, se quitó la casaca y quedó en un lindo sweater de poliéster muy suave que ella acarició. Tan diferente a su ropa fabricada en el campo con lana de oveja, bien abrigadora.

   Tomaron el camino en dirección al potrero que lucía un cerco con gruesos troncos de madera de pellín y dividido por varias corridas de alambres de púa, resistentes, necesarias para retener al ganado. Ahí estaban los animales, Clorinda explicaba las faenas, pero Óscar no estaba interesado en eso, todo le parecía lenguaje chino, él solo veía vacas y caballos, la cosa era alejarse lo más posible de las casas, con intenciones no tan blancas.

   Siguieron su camino que los condujo a campo abierto. Clorinda al ver todo despejado de animales se sentó en el pasto a la sombra de un árbol, con ojos cerrados se deleitaba con las palabras de amor de su enamorado. Óscar viendo el campo cubierto con flores de margaritas se apresuró a juntar un ramito para sorprender a su amada. Poco a poco fue internándose por la quebrada frondosa hasta llegar muy cerca de “una vaca”. No supo cuándo, ni de donde salió feroz bramido y retumbos, solamente vio la tierra que se levantaba de las cuatro patas del animal que se le venía encima. Con los ojos como platos y como alma que lleva el viento salió en busca de socorro. Clorinda al escuchar el bramido, ya corría a campo traviesa en dirección al cerco que sería su salvación.

   —¡Corre amor, corre Óscar por favor, ese es un toro y no te perdonará la vida! Te dije que el toro siempre está separado de los animales del potrero y hay que andar con los ojos bien abiertos, parece no me escuchaste. —gritaba. —.  

—Voy, voy, soy hombre muy moderno de gimnasio, no te preocupes, tengo buen físico. —respondía Óscar.

   De una zambullida se metieron debajo de los alambres del cerco, solo bastaron segundos para sentir el crujir de la madera con la cornada del toro, que remeció los gruesos maderos. Clorinda se levantó y no pudo seguir su marcha por estar enganchada de sus ropas por las puntas de los alambres de púa. Ella, sentada de espaldas al cerco, tiró y su chaquetilla de lana cedió con facilidad y se liberó. Él se levantó y dio tres pasos, pero su sweater de fibra elástica, resistente, le impidió zafarse. La situación se hizo crítica, Óscar sentía como su cuerpo retrocedía y volvía con rapidez y azotaba el cerco, como un resorte cada vez que él ponía todas sus fuerzas para avanzar. ¿Y el toro? Seguía dando cornadas al poste. En sus acercamientos a los alambres Óscar se daba cuenta como su ropa se enganchaba de distintas partes, unas cedían por estar fabricadas de algodón, sus pantalones y ropa interior, que al despedazarse hacían que su cuerpo quedara a cada momento más y más desnudo, su mente nublada no le permitía pensar. Clorinda, no sabía cómo acercarse al verlo en esa facha, nalgas al aire. Nachito, que no sé de donde apareció, le arrancó de un manotazo el sweater al novio, liberándolo. Luego, Óscar temeroso y mirando para todos lados, con sus manos puestas en sus partes íntimas, se tiró por las piedras hacia donde le mostraba Nachito con su dedo, la senda junto a la orilla del cerco, para evitar miradas curiosas y burlescas.

Los padres de Clorinda junto al capataz, que habían visto todo, sonrieron al ver, de lejos, una sombra desnuda en dirección al cobertizo donde estaba guardado el automóvil de Óscar. El capataz comentó triunfante: —nuevamente gané la apuesta patrón. Si no hay caso esos pitucos no sirven para el campo. Mañana sacaré al toro y lo llevaré a los pastos del otro potrero—. El patrón lo miró sospechoso…

   —¿A ver, a ver don Tino, no me dijo que el toro estaba en la quebrada, bien seguro, para evitar desgracias? —inquirió. 

   —Si patrón, pero alguien abrió las trancas.  

Presuroso llegó Nachito al grupo y dijo:

   —¿Y? ¿Cómo lo hice patrón? Ya soy grande, puede confiar en mí, hice exactamente lo que me dijo. Me fui sin que nadie me viera, bien escondidito y abría las trancas de la quebrada. —comentó con carita contenta.

   —Ay Nachito, pero… ¡Otra vez te equivocaste!, no escuchaste bien. Eran las trancas de la quebrada chica donde se encierran las ovejas, te dije clarito: “Vete a cuidar las ovejas y abre las trancas”, para que las ovejas subieran la loma y pastaran por esos lugares, así corretearían a los novios para la casa. —dijo. —Y continuó, casi pasa una desgracia, pero bueno, anda a ver tu abuela Elcira que ya se marcha. 

Nachito caminó hacia la casa pateando piedras, junto a su perro Turpín. 


Fin

 

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