5/24/2022

GRACIELA Y MERCEDES

 

Mi corazón empieza a saltar cuando falta poco para llegar a casa, casi siempre apresuro el paso al enfrentar la solera que conduce a la puerta de entrada, en ese pequeño pueblo llamado “La Esperanza”. Ágilmente cierro el paraguas y me dirijo al buzón, con mano temblorosa busco el borde filoso de un sobre. ¡Nada! Como siempre mi mano hurga en el vacío.

   Hace varios años, Marisol, mi única hija y su marido Justino se marcharon a la capital, éste, un joven guapo, inteligente, el sueño de toda mujer para compartir una vida, además tolerante, pues desde, que nos conocimos fluyó la buena energía y logramos establecer una buena relación y ahora mucho más…, ya que de él recibo noticias de la familia.  ¡Si hasta me pidió amistad en Facebook!, a la que obviamente acepté y desde esa ventanita hemos seguido el crecimiento de los niños como los avances de mi nieto Juanito, el menor, mi corazón se desborda cuando lo veo, con grandes ojitos oscuros y pelito rizado.

   Anhelante todos los días reviso las imágenes y grito a Graciela cuando encuentro nuevas fotos con las travesuras de los chicos, se confunden nuestras risas al verlos en sus cumpleaños o paseos. Siento no poder disfrutar con ellos.

   Al último bautizo, tampoco pudimos asistir, no alcanzaron a comunicarnos y no podemos llegar de visita sin una invitación, no, no... No se hace, la pondríamos en una difícil situación, las obligaciones de una gran ciudad son diferentes, además, si quisiéramos llegar de sorpresa, no sabríamos cómo hacerlo, no tenemos la dirección. Espero ansiosa que llegue esa invitación, pero será, hasta que Marisol lo decida. Tengo el convencimiento absoluto que lo hará, mientras tanto, acaricio con nostalgia el frío material de la pantalla.

    Luego se cumplirán seis años desde que partieron, parecen siglos, por eso cuando asoman en la pantalla los tres muchachitos se derrite mi corazón y agradezco las facilidades de estas cosas modernas.

   No olvido las risas de Graciela cuando contratamos este servicio, imaginamos que nunca entenderíamos el manejo de las redes y ahora aplaude cada vez que nos instalamos frente al computador y nos disponemos a disfrutar de tantas cosas instructivas, especialmente de temas que nos interesan como la identidad de género. La sociedad lentamente va cediendo y dando espacio para que personas, una minoría, sepultadas por miedo paralizante y por años cuestionadas, "salgan del clóset" y declaren públicamente su homosexualidad, aún a costa de ser vilmente discriminadas. Importantes artículos que leemos con gran deleite.

   Justino siempre (por años) avisa con unas letritas en "feis", que mi Marisol con tanto trabajo en la oficina, más la casa, los niños, no le queda tiempo para llamar o escribir, pero así es la vida en ciudades grandes, todos a la carrera se esfuman los amores filiales.   

   En su cumpleaños, la llamo ansiosa, pero siempre responde la niñera: que todo está bien, que no me preocupe. Siempre la misma tonadita, ardo en ganas de hablar con mi pequeña, hay veces en que desvanezco y veo como mi paciencia se agota, ¿cuándo la veré nuevamente?

 

Abro la puerta, tiro el abrigo y veo el identificador de llamadas. ¡Nada de la capital! Me tiro con desgano, desilusionada, como trapo viejo en el sillón. Otro día sin noticias “¡Hija de mi corazón sólo espero te encuentres bien!”

   Escucho el arrastre de zapatillas y aparece Graciela, mi querida compañera con su cara iluminada por una gran sonrisa y en sus manos la clásica bandeja, café bien caliente acompañado con humeantes bizcochos. Saluda con un suave beso y conversa, porque sí es buena para hablar. Me cuenta las novedades del día; faltan unas planchas de zinc para la renovación del techo…, tendré que salir temprano por ellas, bueno, así aprovecho de enviar el dinerito a Marisol como hago todos los meses, de algo servirá, creo, les cae bien porque nunca viene de vuelta.

   La camioneta la vendimos ya no prestaba utilidad. Mucho nos sirvió en sus tiempos, hasta para arrancar de los vecinos.

Mi Graciela, es tan generosa y quiere a la niña como si fuera su propia hija, la extraña y a veces la encuentro llorando. Ella es la encargada de la casa, así yo puedo seguir con el negocio un tiempo más, el dinero no lo necesitamos tanto, pero es importante mantener la dirección porque puede llegar una carta.

   Observo a Graciela, con grandes ojos almendrados de cutis suave, no representaba sus cincuenta y tres años, con su pelo rizado que cae sobre su frente se ve muy bella, es todo para mí.

 

Un recuerdo amargo aflora cuando me deprimo y que sigue grabado a fuego en mi cerebro. Ese día en que, con mi honor mancillado por un desconocido en una oscura noche de invierno, se tronchaba mi vida para siempre perdiendo todo, hasta el cariño de mi padre, persona ruda que hizo oídos sordos a lo ocurrido, hombre chapado a la antigua, muy terco no dio su brazo a torcer. Según él, por andar de enamorada había entregado mi pureza y ya no era digna de vivir bajo su techo y con mis hermanos, que me había convertido en total vergüenza para la familia y por supuesto tampoco podía seguir con mis estudios, con siete hijos más que criar; de esa manera el olvido se estampó en mi vida. En un lugar costero me ubicaron para esconder mi pecado; ahí apareció Graciela en mi existencia, desde entonces permanecemos juntas.

Dura época en que las madres solteras eran repudiadas, fue imposible no acatar la orden, agaché la cabeza y mirando mi vientre abultado con ojos tristes cogí mi maleta y desaparecí de sus vidas con dieciocho años.

 

El lugar era discreto; sencillo y limpio. Cada mes llegaba un dinero para cancelar los gastos; años después supe lo enviaba mi madre.

   Graciela, una joven casi de mi edad ocupaba la pieza contigua, el contacto era diario y siempre con una sonrisa saludaba mi vientre. Germinó una amistad de pura necesidad; ella sola, con veinte años, madre desaparecida y discriminada por sus tías por su inclinación sexual, hacía lo posible para subsistir, trabajaba en una frutería, todos los días dejaba una frutita en el borde de la ventana, sin hablar, sólo al pasar… ¡Ay cuanto lo agradecía! Mi vientre saltaba a la caricia de esas jugosas delicias.

   Llegó el nacimiento y ahí estuvo Graciela. Colgada de su brazo me dirigí al hospital en un grito. Sanita y regordeta, grandiosa como el mar y luminosa como el sol, mi Graciela la nombró: Marisol. Fueron tiempos difíciles, ella encontró otro trabajo donde le pagaron bien, arrendamos una casita y fuimos a vivir las tres; yo cuidaba a mi niña, hacía tejidos, dulces, que vendía y algo extra ganaba, hasta que llegó el día del gran acontecimiento.

   ¡¡Graciela ganó un premio!! ¡Bravo! Para nosotras bastante dinero. Diosito nos había premiado. ¡Éramos ricas!  Respiramos felices, reímos hasta caer al piso.

   Sin dar muchas vueltas comenzamos por comprar un terrenito, con Alamiro, el inquilino, incluido, él se hizo cargo de todo: siembras, árboles frutales, maderas y animales y les sacaba buen provecho favoreciendo nuestras arcas. Muy bueno salió el hombre, honesto y muy cristiano, decía que no había como sus dos patronas, pero la gente quería saber más, en su ignorancia insinuaban cosas feas. A nosotras no nos preocupaba. Ya se abrirían los criterios.

   Compramos una casa, bien soleada, con jardín. Todo muy primoroso, lo malo fue que los vecinos no nos aceptaban y demostraban su descontento de mil formas. Sentíamos su antipatía, especialmente cuando íbamos a misa, nos aislaban, parecía como si tuviéramos tiña, gratuitamente nos lanzaban groserías al pasar, pero nunca dejamos de ir, teníamos que completar la educación de Marisol y lo primero era implantar la semilla de la fe. Fue entonces que nos convencimos de comprar vehículo, así andaríamos tranquilas. No cabíamos en nuestro pellejo cuando subimos a nuestra camioneta. Íbamos al campo, lindos fines de semana afianzando nuestra relación, tiempos inolvidables en verdad. Con los años los vecinos se relajaron, se cansaron de mostrar su animadversión y nos aceptaron, igual, nos daban miraditas maliciosas cuando corríamos de la mano tras Marisol.

   Puse una tienda “De todo un poco", camino al colegio quería estar cerca cuando empezara su rutina. Creció mi niña con hermosa sonrisa, tez pálida, pelito rizado. ¡Era la luz de nuestros ojos!

   Así transcurrieron los años..., lindos tiempos marcados por reglamentos escolares y yo su compañía obligada, jamás sola. Pasó el tiempo muy rápido, constante seguía sus estudios superiores en una ciudad cercana. Sacó su título de contador auditor con honores. Cómo nos sentíamos de orgullosas.

   ¡Felices!  ¡Nuestra niña estaba titulada!

   Jubilosas tocamos el cielo con las manos. Con tanto cariño a su alrededor le fue fácil lograr su meta creo yo, o…  ¿No fue así?

   Preparamos una gran celebración en casa, Justino, con su mente abierta nos adoraba y era correspondido. Todo salió perfecto para nosotras, no así para Justino que quedó un tanto frustrado porque Marisol no quiso salir a bailar, —no insistas, mejor en privadodijo.

 

Pasaron varios días, meses...

Llegó el día en que, Marisol, que era de poco hablar, nos golpeó con la noticia sin inmutarse, dejándonos.  ¡Petrificadas! Comenzó diciendo:

   —Como ya he terminado mis estudios soy libre para tomar mis propias decisiones y he resuelto irme a la capital donde ya tengo un cupo en una empresa, nos casaremos en casa de los padres de Justino que viven al norte de la capital; se me apretó la garganta mientras me tiritaba la pera, retorcí mi pañuelo hasta dejarlo hecho una soguilla.

   —¿No pretenderán que las invite y las presente, cierto? —sonrió y agregó —: nada me impedirá cumplir con mi meta trazada lejos de ustedes, espero comprensión y por favor, déjenme vivir mi vida.

   —¡Marisol! —gritó Justino con las mejillas rojas.

   No podía creer que mi niña estuviera avergonzada de nosotras. Y estaba hablando en serio. Como aturdida seguía escuchando cada vez más asombrada tragué saliva, miré a Graciela con sus ojos cuajados de lágrimas inmóvil sin abrir la boca. Sin un segundo para pensar, nublada la mente. Nunca pensé que iba a llegar tan lejos. Al final nada que hacer, seguimos con el amor de siempre.

¡Así fue!  ¡Y así lo hizo!

 

    —¿Recuerdas Graciela esos tiempos?le pregunto y pensé—: “¡Ay, ¡cómo me duele ese recuerdo!”

Graciela cariñosa toma mi mano, siento su consuelo, me acaricia con la mirada y ofrece otro bizcocho mientras revuelve su café.

   —¿Mercedita estás cansada? Vete a la cama sigue lloviendo fuerte y hace frío me dice.    Todavía tengo trabajo en la cocina —continúa—: estoy preparando una torta de chocolate para tu cumpleaños. Mañana pasaremos un día lindo, iremos al campo y disfrutaremos de la naturaleza que en invierno también es bella, cabalgaremos hasta el río, visitaremos al viejo Alamiro y llevaremos caramelos para los chiquillos.  ¿Te parece? Sigue bla, bla..., tal vez mañana tengamos noticias de la capital.

 

   —¿Crees lo hicimos bien con Marisol? me dice—: ¿Lo habrá pasado mal en el colegio?

   —¿A qué edad se daría cuenta? —insinúo.

   —¿A veces pienso si Marisolcita estaba feliz con sus dos madres o necesitaba también un padre?pregunto.

   —¡Pero es lo más que pudimos darle!

   Quedé cavilando...

 

 

FIN

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