¡ESTÁN ROBANDO!
—¡Hernán, Cirilo…, falta el agua para los chanchos! —gritaba su hermano Audilio con los baldes
agarrados.
—Vamos al tiro.
—¡Nachito, Nachito córtala, deja de azotar el árbol con ese lazo que
las manzanas no se sacan así, ¡por la miéchica! —la hacía vociferar
el niño—. Preocupada la tenía y la
obligaba a regañarlo, él arrancaba para otro lado y de lejos le hacía burla con
su huichi-pirichi.
Ya
con seis añitos, corría a pierna suelta con la guata al aire, sujeto el pantalón con una pitilla y a pata pelá, ágil corría a recoger las
manzanas que caían de los árboles, pero miraba hacia arriba esas sí que le
gustaban, porque en los ganchos delgados asomaban unas coloraditas que lo
atraían.
La
abuela Elcira, lo miraba cómo trataba de escalar el árbol cada vez un poquito, pero
cuando le gritaba, se alejaba, ella seguía con su tejido. Daba unas vueltas
varilla en mano, espantaba las gallinas que cacareaban y lanzaban plumas rumbo
a la vertiente.
Y de nuevo su Nachito a intentar. Con los
quehaceres logró olvidarse del asunto, pero cuando no lo vio corretear, lo buscó,
pero por ningún lado lo hallaba.
¡Nachito! Nada, nada… Urgida miraba para todos lados, alzó la
vista. ¡Santo cielos, este niño si
salió atrevido!
—¡Nachito por Dios mi niño qué has hecho! —exclamó—. Nachito resbalaba, ya no se sujetaba, sintió
el crujir de la rama y no lo podía creer.
—¡Abuela, abuelitaaa! —gimoteó.
Ella dio un salto con los brazos bien
estirados y de su garganta:
—¡Ayuda,
chiquillooos—: ¡Audilio!... ¡Hernánnn!... ¡Romualdooo!... ¡HERNÁNNN!
¡ROMUALDOOO!
Sentada en la cama, sola en la oscuridad con
los brazos bien estirados, la abuela Elcira escucha espantada el gigantesco
bochinche. Todos corrían apresurados en distintas direcciones: gritos, golpes, la
escalera crujía al peso de las zancadas, carreras, las puertas chirriaban con
los portazos, el corredor sacudido con semejante alboroto, los perros vueltos
locos ladraban al tono del griterío.
¡Hernán!
Dale por el portón grande y tú Audilio no te olvides de la escopeta, —gritaba Romualdo—.Yo voy camino a las trancas por si acaso estos
miserables roban a caballo y si pillan a esos desgraciados los traen de la jeta y a pencazo limpio. ¡Benaiga! ¡Qué trabajo!
Corrían
todos por el patio de los guindos, en tremendo alboroto alguien tropezó con los
baldes de la leche y los tarros saltaron lejos. Allá iba Cirilo vigilante por
la orilla del cerco de avellanos para el gallinero, no le achuntó a la reja y
con el impulso quedó en el suelo, ahí rodaba Cirilo entre gallinas, gansos y
patos, la escopeta se disparó, para: ¡No se sabe dónde!, y comenzó el loquerío
de graznidos y cacareos, el gallo calculó que ya llegaba el alba y afinado
comenzó con sus baladas y aleteos, todo en ese desconcierto hasta la amanecida.
Hernán
recorría la parcela por el camino grande debajo de los sauces, divisó el galpón
de la casona allá muy lejos donde bajaba el río, escudriñaba la oscuridad y preocupado
de no encontrar a nadie comenzó a retroceder, en eso recordó la leyenda que ahí
mismito asomaba “La del vestido blanco”, fantasma de la dama que en el remanso
se ahogó ya hace unos años, con los pelos parados enfiló para la casa a tranco
cortito y con los pantalones untados. ¡De los ladrones ni rastro!
Allá estaban las mujeres, la Rosa con la
Graciela, tiritaban afirmadas en la puerta.
—¿Y encontraron algo? —preguntaron.
—¡Nada, nada! —respondieron.
—¿Y quién escuchó los gritos de la veterana? —dijo Romualdo.
—Fue el Cirilo con el Hernán, dijeron que era la voz de la abuela
que gritaba a todo pulmón que estaban robando, mejor vamos a verla.
Cansados de tanto traqueteo, caminaron a la
pieza donde dormía la anciana, al abrir la puerta quedaron sorprendidos, ahí estaba
sentada en la cama con los ojos muy abiertos y sus brazos estirados. Al verlos con
voz chillona gritó:
—¿Y Nachito dónde está, pobrecito mi niño cómo habrá quedado y
ustedes de fiesta? —dijo—.
Rosa con cariño la consuela: dormidito en su
cama mamá.
—Bah y yo pide y pide socorro, ¡nadie ayuda en esta casa! Nachito
pudo haberse muerto del porrazo. Por eso llamaba, a Hernán y a Romualdo.
Se miraron… ¡La abuela estaba soñando! Y nosotros...
Los hermanos se miraron con cara de pregunta. Pero
si clarito escuchamos…, los dos a coro y a todo pulmón:
¡ESTÁNNN…!
¡ROBANDOOO…!
FIN.
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