2/03/2023

MARCHITO PASAJERO SIN DESTINO

 

De lo profundo de mi pecho nace un grito

que se eclipsa en el ocaso de mi vida,

inútil esperar tú estimulo anhelado.          

En lejanía no se oye, no se yergue, no me toca.

 

Negras telas envolventes, son extensas

y contienen mis eclipsados e infinitos lamentos, 

no sospeché bañada en primaveras  

lo aflictivo de las soledades del invierno.

 

Amor, en un puño mezquino, sobrevivo,

extenuada mi esperanza mira en lontananza

y prendida en el fulgor de tus ojos tiernos

¡Te amo! Y mi alma acurruco adormilada.

 

Ya no estoy, ya no existo, ya me he ido,

melancólicos caminos me abrazan.

Voy temblando con mi espíritu y mi aliento,

cual marchito pasajero sin destino.


💜

0000000000


1/13/2023

LAMENTO INCONCLUSO

 

Llegaste a mi vida

cuando el sol se perdía en el ocaso

llevándose a las sombras

la claridad de mi alma.

Oquedad lóbrega amamantaba mi espíritu

en sordidez eterna

que arrebataba.

 

Anclaste en mi vida

como pausa inusitada rebosante de dulzura,

inexperto, sereno me abrazaste

y lejano sentí el frío hundirse en retiro…

Te amo. ¡Amo nuevamente!

La pasión llega sin invitarla,

el sol amenaza consumirme en su fuego

y se queda en lo profundo de mi alma.

 

¿Qué ha pasado?

¿Dónde soltaste mi mano?

¡Traidora senda te cobija! Vehemente

te envuelve en rápidos suspiros, ¡no te alcanzo!

El habla, en el silencio se esconde

y la fortuna abandona mis pasos.

Te miro diluirte en las tinieblas como un soplo.

Con mi alma oscura transito lentamente

desde mis cuatro paredes observo

mi mundo derrumbado,

araño la tierra muerta caprichosa

en su silencio, no hay respuesta.

Ciega… ¿No sé dónde está mi norte?

Vacías mis cuencas lo buscan.

Abatida agonizo.

Retomo mansamente a mi soledad abandonada...


🔹️🔹️🔹️

 

6/29/2022

BAJO EL PUENTE FERROVIARIO

    

Tomé las llaves y cerré la puerta de la escuela esa tarde de invierno, ya terminado el día de trabajo por fin iba de regreso a casa. Algunos niños como siempre corrían echando carrera cerca del auto, a pesar de la lluvia ellos corrían y corrían por el camino angosto y embarrado que serpenteaba paralelo al río, era su despedida cotidiana; yo en mi Chevrolet Coupé del año cuarenta y uno, no tenía problemas era especial para esos caminos ripiados, me sentía segura.

   Sólo dos kilómetros, que se recorrían en pocos minutos, separaban la escuelita del pueblo. El auto, a cuatrocientos metros ya pisaba pavimento. Ahí se encontraba el molino grande, justo en el semáforo. Por el ancho portón se observaba a don Facundo y a su hijo Pedro en su trabajo diario, registrar  en su libreta los sacos con trigo, acomodadas en las carretas, recién llegadas para la molienda, transportadas por los campesinos desde los campos del interior.

   Todos los sábados compraba el quintal de harina para el pan, ya no tenía que bajarme del auto, don Facundo mandaba el quintal de harina con su hijo Pedro para acomodarlo  en el maletero, apenas nos mirábamos, ya era mecánico el actuar, sólo el saludo cotidiano.

Esa tarde llovía demasiado, me sacudió un mal presentimiento, se veía el cielo negro por el agua.

   Seguí mi marcha acelerada, una pequeña subida y en viraje hacia la izquierda enfrentaba la pendiente que llevaba directo por debajo del puente ferroviario. Siempre a velocidad moderada, pero cada vez en aumento por   lo inclinado del terreno, rápidas giraban las ruedas del automóvil ausentes del desastre inminente, pisé el freno, volví a hacerlo, repetí, no respondió, aterrada pisé a fondo, tampoco el efecto deseado. Como en aceite se deslizaba el pesado automóvil cuesta abajo sin poder detenerlo, me aferré al volante.  

   Miré espantada, ¡Oh Virgen Santa!  La carretera que pasaba por debajo del puente ferroviario estaba inundada por las copiosas lluvias. Con la mente en blanco y con los latidos de mi corazón en la garganta, en segundos sentí el feroz impacto de las aguas en una gran ola que engulló la parte delantera y pasó por encima del techo, asumí que se quebrarían los vidrios, por lo que incliné la cabeza y apreté los dientes, entera rígida, parecía que toda esa agua iba a penetrar en mi boca, me zumbaron los oídos, sensación de desmayo, percibí la sensación de flotar, ¡flotaba! Traté de abrir los ojos y miré el parabrisas, gracias a Dios, estaba intacto.

   Ahí me hallaba sentada en la posición más ridícula que se pudiera imaginar, en tenue luz, debajo del puente, sola. Mordía mi labio para alejar el pánico, con los ojos pegados en el agua que veía a través del parabrisas. Respiraba, gracias al bolsón de aire que se produjo por tener completamente alzados los vidrios, eso además impidió que el agua no entrara inmediatamente.

   En el silencio horripilante mis oídos punzaban. Parecía un sueño, pero de pesadilla, sólo mi corazón que trataba de escaparse por la boca y martillaba atolondrado me mantenía en la realidad. El auto dejó de flotar y gradualmente se asentó en el pavimento, el agua grisácea revuelta se calmaba y ya en total calma quedó a veinte centímetros del techo, aproximadamente. Ruiditos como chillidos de lauchas comencé a oír, era el agua que comenzó a filtrarse y cubría el piso,  

   Mi mente giraba a mil por mil, mi cuerpo no respondía a ningún movimiento. ¿Qué hago?  Rápidas pasaban las imágenes, mis padres, mi abuelita, ¡Virgen Santa!  No sé por qué me acosaban esas imágenes, no pensaba en ellos, sin embargo, ahí estaban, claritas cabalgaban alrededor, agarradas de mis pelos, de mi cerebro, sacudía la cabeza cerraba los ojos para no verlas.

   Tenía que abocarme a buscar una solución, mover mi cuerpo era lo primero. Alcé los brazos con esfuerzo, palpé mi cara, mi cabeza, estaba bien, aparentemente no estaba herida.

   Escuché los gritos que venían desde arriba del puente.

   —¡Señora, Señorita, muévase, ¡salga por Dios! —exclamaban.

   El agua, se deslizaba por el borde de mis botas altas y sumergieron mis pantorrillas en el agua sucia y helada.  

   Oh… ¡Santo Cielos! Serán estos mis últimos momentos, no sabía nadar. Jamás me gustó el agua y ahora “¿Ahogada moriré?” —pensaba. Cuántas veces mis hermanos quisieron enseñarme a nadar en ese río hermoso que orillaba el campo de mis abuelos y bueno, ahora de nada me serviría, estaba atrapada.   

   ¡No podía creer!  Me quedaban minutos de vida, educada en colegio de monjas la costumbre me obligaba a rezar, con el Padre Nuestro en los labios contorsioné mi cuerpo con gran esfuerzo y aún prisionera del cinturón de seguridad me arrodillé en el asiento con el agua hasta las caderas, miré hacia atrás con la cabeza pegada al techo.

   Ahí, en ese amplio espacio interior, estaba todo lo entregado por los niños, bolsas con figuritas, cuadernos, las verduras, y aunque era difícil creer, danzaban hasta los chorizos en forma de V con la punta hacia la ventanilla del conductor. Mi cerebro lo recibió como una señal, como una orden, giré y empecé a forcejear con la puerta, pretendí abrirla, pero advertí que se encontraba trabado el cinturón de seguridad con la correa de mi cartera, rápida contuve la respiración y metí mi cabeza bajo el agua para poder desenganchar el cinturón que me cortaba por la cintura, logré zafarme con la boca llena de agua sucia; las manos me dolían por el esfuerzo, mis huesos con sensación de dislocados. Casi morí al ver el agua con tintes rojos, ¡Dios estoy herida!, pero distinguí que era mi falda de lanilla roja que desteñía y comenzaba a escurrir tonalidades rojizas.

   Desesperada empujaba, pero la puerta no cedía, probé con el hombro, sentada puse mis pies sobre el vidrio ya totalmente en agua y empujé, di patadas y nada, nada, todo seguía igual. El agua presionaba con fuerza, no quedaba más que descorrer el vidrio de la ventana, Virgen Santa, moriré.

   De un manotazo agarré la perilla alza-vidrios, resbalaba mi mano por los nervios y el apuro, descorrí el vidrio poco a poco, con la cara pegada al techo, en segundos el agua comenzó a entrar y se deslizó por el borde del vidrio y mojó lo poco que quedaba seco, lógicamente, el nivel de agua subió en el interior del vehículo.  

   Con el agua hasta el cuello, literalmente, y mi nariz pegada al ángulo que formaba el vidrio con el techo, apenas respiraba, horrorizada.

Había bajado el vidrio a su base, hincada como estaba luché con el chorro de agua y logré sacar la cabeza fuera del auto, empujé hacia arriba y mi mano alcanzó el fierro del maletero del techo, me alcé y conseguí sacar el otro brazo, con toda mi fuerza hice un giro con mi cuerpo de cincuenta y cinco kilos y quedé sentada al borde de la ventanilla abrazada a las latas, ya mi cabeza estaba fuera del agua y podía respirar, abrí la boca para dar un grito, pero mi garganta emitía estrangulados y roncos sonidos, sin poder ver escuchaba los gritos y los aplausos de las personas que miraban desde arriba del puente. 

      —¡Bravo ya salió!  ¡Ya salió! ¡Señorita no es usted la primera! Con usted ya son cuatro —escuché.

   Sentí carreras por la cuesta y unos brazos alrededor de mi cintura me jalaron, una voz preguntó si estaba bien, me acurrucó en su pecho y sólo la respiración sentía de la persona que me cargó por la pendiente resbalosa, seguida por un gentío alborotado. Todo había transcurrido tan rápidamente, pero parecieron horas.

   —¡Don Pedro, don Pedro!  ¿Lo ayudamos? —decían los curiosos.

   Mucha gente se acercaba, aplaudían mi buena suerte, no la misma suerte del auto que cayó anteriormente, su dueño de cuerpo macizo no tuvo oportunidad de salir y ahora esperaban la autorización para sacar el cuerpo sin vida. ¡Perdí el conocimiento!

   Recostada en un viejo banco de madera instalado en la pared de una casa, de esas bancas que usan los caballeros para leer el diario, aterido yacía mi cuerpo pequeño que vertía agua.

   El alboroto quebraba la tarde, voces, gritos chirridos, carreras.

   Escuchaba en mis oídos las voces de aliento instando a recobrarme. El ruido del motor de un tractor se hacía fuerte, calculé que sacaban el auto. Era todo tan irreal, algo nunca imaginado, tenía frío, me dolía la cabeza, las manos, me sentía atemorizada, con los músculos endurecidos, trataba de mover la boca y no obedecía.

   El contacto de unos labios en mi boca que insuflaban aire me trajo suavemente a la realidad. Quieta sin pestañear, la vanidad me inundó: ¿Quedaría algo presentable en mí?, ¿aún mojada me vería linda? Sentí de nuevo los labios, lentamente levanté mis parpados y ahí a centímetros encontré a Pedro, el dueño del molino, con los ojos verdes más lindos que viera en mi vida adornados con tupidas pestañas, quedamos embobados en una mirada larga y profunda, en un tiempo sin tiempo sucumbí ante esas dos esmeraldas que rebozaron mi corazón.  

   Su cabeza recortada en el cielo, ahora cargado de nubes, el mismo cielo que vería por veinticinco años a su lado.

En un chispazo agradecí al señor por encontrarme viva. Pedro me miraba:

   —¿Está mejor?   ¿Señorita Lucrecia se siente mejor? –preguntó.

   La verdad me sentía horrible, como pájaro mojado y desplumado, en una calle desconocida con personas extrañas. Mis manos entre las manos de una mujer mayor que trataba de darme calor, otra enjugaba mi ropa con toallas. Tanta solidaridad y cariño me emocionó, relajó mi cuerpo y las lágrimas comenzaron a correr abundantes por mis mejillas. 

   —¡Traigan café!  ¡Por favor café bien caliente! —dijo Pedro. Tiene que recuperarse para llevarla al hospital.  No quería ir al hospital, en lo único que pensaba era irme a casa, ya estarían preocupados por mí tardanza.

   Reconfortada me levanté con su ayuda, pero con una sensación terrible en mi cabeza que daba vueltas, tomada del brazo de Pedro crucé la calle en dirección a mi vehículo que allá desaguaba. Saqué las llaves, lo cerré y acepté el ofrecimiento de Pedro de llevarme a casa en su camioneta. Él, trasladaría el auto al taller, así que le pasé los documentos que ya estaban a mi nombre.  Mi joyita me había costado el esfuerzo de dos años de trabajo.

   —¡Don Pedro, don Pedro, no se preocupe, nosotros nos ocupamos del molino y de su papá! —gritaron unas personas.  

— Gracias, gracias, voy y vuelvo—.

   Me acomodó en el asiento con un vaso de café en las manos, que por lo heladas que las tenía lo caliente no sentía, enfilamos hacia la carretera a la casa de mi abuelita, sin sospechar ni por un segundo que la vida nos tenía reservada una hermosa sorpresa, fue como nuestra primera cita y jamás volvimos a separarnos. Pasado un año, muy enamorados nos comprometimos en matrimonio, por veinticinco años.

 

Ahora, te recuerdo nítido, mi Pedro. Ya te has ido, ya no estás.  Sentada en el mismo escaño donde recostada esa tarde lejana miraba el cielo ceniciento sobre tu cabeza, donde tus labios tocaron los míos por primera vez. Veo tu pelo oscuro, tus ojos color esmeralda en esa esbelta figura que te acompañaba para enamorarme y para el arduo trabajo; mi amor querido, siempre amante y preocupado.

   —¡Cuánto te extraño y cómo te amo! —gemí.

   Ya no te tengo, es cierto, pero te tuve y fuimos muy felices durante esos años, regalados, que vivimos juntos, tu recuerdo lo llevo conmigo y estará por siempre en la mirada de nuestros hijos.

   Pedro, aquí fue nuestro primer encuentro y aquí me despido. Alcanzo a divisar el camino por debajo del puente ferroviario, totalmente inundado como en esa oportunidad y mi cuerpo se estremece al recordar esa agua congelada que nuevamente apresa mi corazón.   

 

Tomo mi bolso y pongo la carpeta bajo el brazo, apuro el paso y saco las llaves para cerrar definitivamente la puerta del molino.

   Aún me quedan años para seguir en tránsito por el camino angosto y ceniciento que me lleva a la escuelita rural, donde me esperan contentos, un montón de chiquillos.

   Qué bella es la vida...

 

 

Fin.


OOOOO13O

 

El ave y su bagaje


Con señal cruel, colosal, de infame acometida    

retorna el ave torpe arrastrando su bagaje, 

comprime sus mullidas y esplendorosas plumas     

manchadas de rojo con tinte que hiere el paisaje.   

 

Saeta cruel que enrojeciendo su frío pecho 

cercena repentino su vuelo rutilante   

y sus suaves trinos ahogados por completos  

en fuga, contrariado, se esfuma en el follaje.

 

En su corazón herido funde su linaje.

Ilusiones fallidas, promesas inconclusas,

rápido desciende en clavada en su sabotaje     

enhebrando en mente, ágiles hilos de esperanzas.     

 

Herida, busca urgente unas manos al azar,      

piadosas, hagan olvidar los dardos salvajes

recibidos muchas veces por casualidad  

y poder lavada su alma, repuntar el viaje.    

 

Desarrolla impulsos en reiterados intentos     

la fiebre devora sin alcanzar un viraje…      

¡Rogativa de horas a alguien escuche el lamento!  

Agobiada controla con dolor sus afanes.

 

Aterida, acepta abrazos para pernoctar,    

retoma seguridad al calor de la lumbre  

y nuevamente fe, amor, en esta humanidad  

al cobijo piadoso que arropa su plumaje. 

 


00000000013


MOLLY LA REGALONA

 

Hoy me siento cansada no siento mi cuerpo, observo, desde el ángulo del ventanal el azote del temporal. No escucho el sonido de la lluvia contra el cristal, tampoco el chasquido de la fritura en el satén. Las cuatro niñas corren, no escucho sus pasos.

   Era día de aseo, me sumergieron, lavaron mi cabello, limpiaron mis oídos y escobillaron cada centímetro.

   Desde mi posición veo el crochet, tirado junto a la bañera, con el que las cuatro niñas han extraído cerumen de mis oídos; no suavemente y sentí mucho dolor.  Arrancaron mi cabeza.

 

¡Dolly ya no sirve!

¡Compraremos otra! –gritaron.

 

Fin


ooooo1oo

Ilusiones en otros emblemas

 

 Miles de pies heridos pisando agónicas sendas  

zarandean el bullicio de jugosos cantos y piedras,

embarradas pieles que pregonan el ahogo

en desesperada búsqueda que no se escucha

y se pierde en la oscuridad de ese lejano cielo.

Se confunde al fragor de exploración inhumana

barrera que inexorable subyace con espectros

de otros tiempos, como lluvia aterradora,

que los cubre con insolente desparpajo.

¡Autoridad que cercena sus vidas resignadas!

En el mundo no se percibe aire de resuello,

angustioso, constante que calcina el alma

con aullidos fragmentados de inocentes engañados

por promesas que bailan en el aire, destrozadas.

 

Y van sumándose a la corriente migratoria de lamentos

cuerpos castigados de ojos muertos con caras lastimadas

miles de brazos con la niñez disimulada para abrirse camino

en ese infierno, cubierto de dolor y antorchas bravuconas. 

Con honor indescifrable transitan por el mundo

en busca de refugio, con energía y esperanzas en otros emblemas.

 

 oooooooooo

6/25/2022

LETRAS QUE UNEN AL PLANETA

                    

Letras que bizarras germinan del nudo interno.  

Letras en suplicantes ráfagas de cordura           

puras astutas van en perseverante ritmo    

y a pechos ágiles, palpitantes se estructuran.       

 

Solaz, que alberga simples e intrépidos alientos

en esa trayectoria todas brotando trémulas,  

avanza el séquito de letras y pensamientos   

en diversidad constante de espaciosas aulas.    

 

Coronar escritos ricos, cultos e ilustrados      

a muchas páginas y pendones abrillantan,    

raudas brincan audaces a espléndidos talentos.   

¡Sólo a tintas y suspiros puros se encadenan!   

 

Prendidas en afiches de carpetas y libros,  

impregnadas caminan en ronda colosal 

reuniendo con letras al planeta gigantesco    

¡En idioma gentil, solemne y universal!    

2013/04/28.

 

0000140000


INOCENCIA- COSAS DE NACHITO.

 

La abuela Elcira con sus hijas Rosa y Rosenda, trabajaban cabeza gacha en la cosecha de legumbres, ya el hijo mayor Horacio estaba cansado y andaba pateando la perra, muy malhumorado. La abuela miraba para todas partes y no veía a Nachito desde la mañana.

   —Rosa, has visto a Nachito. —preguntó.

   —No mamá, no he visto ese cabro hace mucho rato. —responde.

   —¿Benaiga donde andará?

 Llegó el atardecer y la gente, terminada su labor del día comenzó a retirarse hacia las casas.

De lejos vieron a Nachito correr hacia ellos.

   —Abuelita, abuelita no me dejen, estoy muy cansado y tengo tanta hambre que me comería un buey.

   —¡Pero hijito, donde andabas, por Dios!

  —Allá, pues abuelita, en la punta del cerro, pero ya me entumí y me dio hambre entonces bajé, pero que no me pille mi tío Horacio, por favor.

   —Él ya se fue, ¿qué andabas haciendo?

   —Cuando le corté de raíz la tusa al caballo y di vuelta el balde con leche, se enojó y me gritó:  

   ¡Sale para allá que no sirves para nada! ¡Ándate mejor a la punta del cerro cabro de miéchica! —, ay abuelita, para allá me fui corriendo antes que me alcanzara y ¡allá estaba!, pero… ¿No me dijo hasta cuándo? 

 

<<<<<<<<<<


AMANDA

 

Sentado en la roca fría

donde siempre gimen tus lamentos, 

el pausar rebelde de las olas

golpean y sacuden mis tormentos.

 

Dejarte ir esa tarde lejana, 

sujeto a otros ojos morunos,

devenir clavado en mis entrañas

de otoño cansino e incierto.

 

Envuelto en sonriente primavera

cegado por vaivén del destino             

vilezas trastocaron mi vera.          

Añeja voz aduló mi oído.               

 

Dulce acude tu recuerdo, Amanda,

mi corazón roto vibra manso,

unido al amor eterno en mi alma

¡Contigo, prometedor destino!            

 

0000000000

6/22/2022

FRESIA Y SU TÍO JUSTINO

          

Ilusionada, Fresia, se despidió de su familia y se encaminó junto a su tío Justino a la estación de ferrocarriles. Éste, era hermanastro de su padre, hombre experimentado por haber salido de casa muy joven a trabajar ahora había venido de visita por unas semanas, a su regreso ofreció llevar a la capital a su sobrina Fresia y dejarla en casa de tía Rosa por unos días.    

   En el tren con sus bultos acomodados, ya sentados y tranquilos contemplan los campos verdes que se divisan desde la estrecha ventanita, el tío explica con detalle cada caserío que iban dejando atrás. Los ochenta kilómetros se hacen cortitos con ricas golosinas en su boca.

   Detenido el convoy descienden apresurados.

   —Pasaremos a un restaurante y luego iremos a casa de tía Rosa —dice Justino, con suavidad toma la mano de su sobrina y salen por calles desconocidas.

   Fresia, alta y delgada, lleva su bolso que combina con su vestido verde agua elegido para la ocasión y que cuida de no estropear. Su enagua de encaje, amplia y almidonada asoma haciendo guiños con la cadencia de su andar en sus zapatos de tacón, se siente hermosa y toda una señorita ya con dieciséis años. 

   Llegan al restaurante, se sientan cerca del ventanal y toman humeante pocillo de leche que a ella le moja su nariz.

   Por primera vez Fresia salía de su pueblo como premio a sus excelentes notas, por lo tanto, todo era nuevo para ella. Colores compuestos por la multitud, olores y constante murmullo se sumaban para sorprenderla. Se había cumplido lo dicho por su abuela: “ya era tiempo de visitar a la familia de la gran ciudad para apreciar la diferencia con la vida de campo”.

 

Advierte que su tío constantemente vigila la casona ubicada al otro lado de la calle:

   —Tío Justino, ¿por qué vigilas la casa de enfrente?

   —Ahí vive la tía Rosa. —responde Justino con voz suave.

   —¡Cómo! ¿Entonces qué estamos haciendo aquí? —le dice ella y sorprendida pone atención. De la casona ve el fluir de personas. Justino le dice:

   —Voy y vuelvo —y cruza la calle, en minutos vuelve y le indica a su sobrina:

   —Recoge tus cosas, vamos Fresia.

   Cruzan, tocan la puerta y abre un muchacho al que siguen por un largo pasillo, saca llave a una habitación que a Fresia le parece. ¡Increíble! Alfombrada con grandes sillones, estufa, una mesita de noche, con una figura grande de bronce, junto a una cama, cuadros en las paredes y todo a media luz. 

   —¡Hermoso tío Justino, linda casa de tía Rosa!”. —dice la joven.

   De pie en la entrada, ella observa encantada mientras Justino comenta al pasar:

   —"Descansa luego vendrá la tía Rosa"

   Fresia lava sus manos y salta al sillón para descansar del dolor de pies.   

    —Bueno, al menos tenemos una cama donde dormir —dice Justino.

    —¿Y tía Rosa? —pregunta ella. —al no obtener respuesta frunce el ceño y queda pensativa.

Transcurre el tiempo. Ya mortificada por el sueño cierra sus ojos…

   No sabe cuándo se quitó sus zapatos y chaleco. En sus brazos desnudos siente roces. ¡Y en todo su cuerpo! Una boca ansiosa lame su cara, manos osadas ciñen sus caderas y escucha la voz de su tío:

   —Ven, no tengas miedo soy tu tío, confía mi niña…    

   Fresia entra en pánico. Las náuseas apresuran y con las sacudidas esquiva y resbala al piso, pero una mano con firmeza atrapa su vestido, la tela gruesa resiste, mas, su enagua vuela de un manotazo y queda tirada sobre la cama junto a su ropa interior.

   Manos untuosas descienden y al recorrer sus pliegues marchitan sus frágiles brotes, su savia se consume con cada tañido de fétidas bocanadas y gemidos atolondrados adheridos a su escote. Roncos gruñidos, que ella del todo no comprende, acaban con su honradez y con los sentimientos puros, estrangulados. Solamente… Un quejido brutal escapado de su garganta, basta. ¡Para borrar su inocencia y trizar su alma para siempre! 

   Después… No sabe cuánto tiempo después, forcejea, empuja, gira sobre su cuerpo y cae, palpa urgente buscando una luz y tropieza con la figura de bronce. ¡Sólo piensa en librarse! La toma con firmeza y elevándola sobre su cabeza la estrella una y otra vez en el bulto que reposa.

 Obliga a su cuerpo adolorido a obedecerle y comienza a buscar su ropa, en segundos calza sus tacones toma su bolso y sale al pasillo manoteando su vestido, escruta la oscuridad. Sólo Dios sabe cómo sus piernas vuelan y la alejan de la confusión.

   El manto de la noche desciende y hace imperceptible los lamentos. Fresia en lo más hondo de su alma trata de sepultar el vil atropello.

   Al alba el tren asoma resoplando sus vapores.

   Desorientada, con su alma hecha añicos y con cien años encima en su piel cetrina retorna a casa sin pretender respuesta.

   Sus padres al verla rezongan por la actitud de Justino:

   —¡Haberla dejado sola en la plaza!  ¡Eso no se hace con un familiar!  

   —Nunca irás sola a ninguna parte, mi niña. —dice la madre, mientras le sirve un café caliente.

 Poco les duró el enojo al enterarse de la muerte de su sobrino en una casa de citas.

   —“¡Benaiga!” ¡Miren donde fue a morir el pobre diablo! Y uno, que ni sabe de esos lugares vergonzosos -exclamó el viejo.

  

Muchos años han pasado, el tiempo poco a poco ha mitigado un tanto su aterradora experiencia. Su ser atrapado en la mortificación diaria que le provoca cada pitada de la locomotora en su arribo a la estación, detiene por segundos su corazón atormentado. Cierra los ojos y espera, sin embargo, ningún personaje de la ley se presenta con su enagua de encaje almidonada.

 

Frente al espejo, Fresia, mira ese conjunto de piel ajada que desde dentro sigue gritando ¡Socorro!, por cada poro desde hace más de diez años y entreteje reflexiones de silencio. Huellas que acumulan vacío, perdidas en el tiempo.

 

Observa desde la ventana de su pieza a su hijo de diez años que corre por el camino polvoriento y hace guiños a su perro Turpín que lo acompaña. Él es feliz y atenúa todo sufrimiento, a su madre, con una mirada de sus ojos verdes, verde color esperanza, esperanza que la empuja a continuar.   

   Fresia enhebra, en su cabeza, un futuro junto a su hijo y mira el viejo ropero que la tienta con un pedacito de género que asoma por una abertura, abre la puerta y echa un vistazo, es su vestido verde pálido que conserva no sabe para qué, lo atrapa y sin pensarlo dos veces corre y lo arroja en el pozo donde ¡por fin lo ve desaparecer!

 

                                                   

Fin.

<<<<<<<<<<   

Mueren ciegos los horizontes a lo lejos

 

Gimiendo en dolores de ausencia

mi alma albergada,

colmada de múltiples suspiros vanos, gélidos.

¿Vendrás?

¿Cuándo?...

El sol agoniza en el ocaso

sin la luz de tu mirada.

Y mueren ciegos los horizontes a lo lejos…

¿Vendrás?

¡Cargado de mixturas de te quiero! O…

¿Agobiado de solapadas discrepancias?

¡Te espero…!

Con mi ser colmado de caricias cautivas 

en murallones añejos.

Besos truncados, pasiones adormiladas

encadenadas al arrepentimiento…

Agonizo, sin alcanzar la llamarada de pasión

de tu amado cuerpo.


 

0000000000

ATRACCIÓN IRRESISTIBLE…

 

Paso a paso hundiendo mis pies en el suelo polvoriento, con mi pelo azabache en dos trenzas bien amarradas, mi vestido descolorido y ajado, voy bajando la colina, toda sembrada de trigo ya coronado por esbeltas y maduras espigas, tan altas que pasan sobre mi cabeza. Siembra madura meneada por leve brisa, lista para la pronta siega espera turno, por la dificultad del terreno tendrá que hacerse a mano, otra forma no se ha inventado, menos mal la era, no es muy grande.

   El terrenito que tenemos, el patrón lo regaló a mi hermano, rara cosa digo yo, porque él tiene dos hijos allá en la casa grande, Don Gilberto los mandó al colegio de la ciudad ahí les darán buena educación. Pienso que, después ya educados esos dos señoritos, el campo no les será atractivo y por allá se van a quedar. Nosotros, Facundo, la Laura y yo, saldremos ganando, ya que mi padre nunca existió. Dice mi madre se fue apenas nosotros éramos mocosos, no la quiso más, pero don Gilberto ha suplido su ausencia, nos ha servido mucho, es tan buen hombre, tan humano y nada de amarrete. A veces lo pillo en la casa a la orilla del fogón tomando unos ricos mates con pan amasado y preguntando: ¿Qué se nos ofrece? Facundo todo el día anda como sombra del patrón, si parece perrito faldero. Dice, para asimilar las faenas y mañitas de la vida del campo que sólo mirando al patrón puede aprender.

Cruzo musitando una canción opacada por los bramidos de los animales, con la garrafa en mi brazo llenita de agua fresca, para servir a los seis jornaleros sedientos que trabajan en la cosecha aguantando el calor. Virgen Santísima si… ¡Caen los jotes asados!

Con las piernas magulladas por el rastrojo, allá se ven todos sudados, tendidos en la hierba para descansar un rato, cuando el sol está parado, con la chupalla tapando su cara, las echonas a su lado, para que nadie las tome o las robe. Es trabajo individual mantener sus herramientas bien afiladas.

Avanzo entre ellos tendiendo un jarro de agua y la bolsa con harina tostada. Reciben uno a uno con ansias.

-¡Aguántese ñato, primero estaba yo!, - reclaman, discuten.

Me esperan todos los días para aplacar la sed, dándome miradas curiosas, entre picaras y de agradecimientos. Grandecita, buena moza, ya bien atractiva los traigo de la jeta. Pero no se jueguen conmigo, que soy hermana del Facundo, el fiero capataz. Ni al hijo del patrón lo aguanta cerca de mí y si ando en estos trámites, es por mi propia voluntad. Quiero ayudar a mi hermano, darle una manita para apurar la cosecha. Que estos guainas repongan luego las energías calcen sus ojotas, la chupalla y echona en mano, se entreguen a sus labores, miren, que, si el tiempo cambia, lloviendo estamos bien embromados.

Sigo con diligencia el senderito mirando para otro lado, no quiero enterarlos de las intenciones que bajo mi corpiño escondo. Mi corazón zapatea, ansioso pronto quiere llegar a él. A ese tan misterioso que hace que no me ve, será porque quizás a otra tenga en su mira.

   Rodeando las carretas con los bueyes enyugados, listos para la faena, atestadas de sacos vacíos para poner el grano suelto que quedará botado en la era, más allá las horquetas, palas y demás herramientas que usaran después del corte.

   Ahuyentando los perros que andan siempre buscando los olores penetrantes, ahorita no más, de las longanizas elaboradas, que ya en la tarde terminado el trabajo, asaditas hincaremos el diente en un rico cacheteo.

   Salto una cuneta rodeada de verdes helechos y por fin he llegado al bajo con mis trastos.

   Bajo la sombra de un árbol, Santiago no se mueve, tumbado en la hierba, cara al cielo, con sus ojos bien cerrados, como diciendo “ojos que no ven, corazón que no siente”.  Sus brazos abandonados, tomando su nuca con las manos, dice está muy cansado, que arrime el agua y lo deje tranquilo, me vaya para otro lado,

   ¡Pero hoy no me iré…! ¡No Señor! ¿Por qué será siempre me corre? Ahora no, me hago la tonta y me quedo ahí no más. Con la punta de mi pie engancho la chupalla deshilachada que está tirada a un lado, la echo al aire, consigo tomarla y en mi cabeza la pongo, cómo tratando de esconder los ramalazos que comienzan a subir a mi cerebro.

Me tiendo silenciosa a su lado. El calor se hace más fuerte, se siente intenso al pasar de los segundos, todo el sol absorbiendo mi cuerpo, transpiran mis manos pequeñas y sucias. Mi corazón irrumpe en violentas sacudidas que suben a la garganta al desnudar con mi mente, su cuerpo fuerte y elástico.

   ¡Seré tu diosa seductora desgranando sabrosa miel cuando descubras mi vértice! ¡Amor mío, dulzura de mi encanto! ¡Suspiro inmaculado que acaricio! Encadenada a tu vida y por siempre a tu pensamiento, retorciéndome en tu querer, disfrutaré. ¡Clamo en mi imaginación!

   Cierro mis ojos, estoy en sus brazos, mi cintura en sus manos rudas que estruja con brío, desliza su cara por mi mejilla encendida. El ardor de sus labios enloquece mis sentidos. Palpita ardiente su pecho brioso al descubierto. Susurros que enmascaran las ansias contenidas por largo tiempo. Dedos frenéticos arrebatan con saña los broches de mi vestido, dejando al descubierto, gemelos capullos, erguidos, limpios, puros. Aliento punzante embriaga mi escote y en mi vientre provoca hormigueros el dulce masaje. Mi piel percibe desahogo. Avecillas locas recorren mi estómago y sus alas a mis muslos morenos se deslizan suaves cual terciopelo. Mi trono respira locura y se funde en sollozo ronco gozoso.

   ¡Mi alma colapsada, se ha separado del cuerpo!  Desvanecida, gozando en fantasía suma, escucho líricos gorjeos de aves, en la grandeza de la naturaleza. Rocíos acariciadores y piadosos enjugan mis lágrimas primorosas. En mi poder, reflejo de quimeras consumadas, empapada de amor, imperiosa busco alivio en el cielo tachonado de inocente belleza.

   Llevo las manos a mi cara, descompuesta y mojada, un rudo gemido que no reconozco, agita mi cuerpo. Me levanto alucinada, trastabillo, giro en redondo. Mis piernas tratan dar unos pasos. Ebrias de amor, no atinan a nada, acalorada, confundida…

   -Juanita, escucho su voz, de reojo miro y presenta el jarro olvidado. Allegándose, noto su pecho agitado, tal vez provocado por mi presencia angustiada, o adivinando el clamor sordo que gime por él.  Con un suave mirar acusa agradecimiento. Lo tomo y obligo a mis piernas moverse, salgo corriendo atravesando el campo apretujado de doradas gavillas, esperando hacendosas horquetas las recoja alzándolas sobre las carretas, en la recolección. Enfilo en dirección al angosto río, que pasa por verdes juncales y sauces en flor, asustada, ni siento los granos de trigo incrustados a las plantas de los pies, corro tropezando con terrones, con piedras y todo lo que sale al paso, enredando mi pelo en las ramas más bajas, tiro y sigo camino.

   Sin pensar, con ropa, penetro al agua fría hasta los hombros, sintiendo cómo, el agua al calor de mi cuerpo, entibia a mi alrededor, dejándome fresca y sin amor.

   ¿Cuánto más tendré que esperar para conseguir a Santiago?  Lo amo sólo a él. Todos lo conocen. Mi familia lo aprecia, confiable trabajador, eficiente, tranco a tranco tirando las riendas del caballo cruzando el puente del bajo, pero callado a mi lado, sin decir palabra me acompaña al pueblo a vender la leche.

   Quiero sentirme grande, hacer lo mismo que hace mi hermana Laura con el Manuel, tienen una vida tranquila, se aman, disfrutan el campo trabajando todo el día con risas y alegrías. Juegan a las escondidas allá detrás de los matorrales, los he visto tantas veces yendo a esconder, dicen pronto habrá “pajaritos nuevos”. Feliz estaré acunando mi sobrinito y librándome de estos pensamientos raros que han empezado a cruzar mi cabeza. Se enoja mi hermana cuando en confianza le cuento mis sueños. Dicen soy muy joven, apenas tengo diecisiete. Que ponga los pies en la tierra, que no ande pensando estúpidas burradas. Primero deben pedirme en matrimonio, como corresponde.

 

Allá se siente el crujir de los pastos secos, alguien viene corriendo atropellando las tablas de la tranca, ¿Quién será que tan apurado viene? Sigo con la mirada la suave corriente tras el recodo del río. Cautelosa, abandono el agua.

¿Será un animal…? Me acerco despacito con mi ropa estilando, meto mi cabeza entre las ramas…

¿SANTIAGO…?   ¡SANTIAGO…!

¡Se metió de cabeza con ropa al agua fría!

 

 

Fin.

 

<<<<<<<<<<<<<<< 

MARCHITO PASAJERO SIN DESTINO

  De lo profundo de mi pecho nace un grito que se eclipsa en el ocaso de mi vida, inútil esperar tú estimulo anhelado.           En lejanía ...