Sentado en la roca fría
donde siempre gimen tus lamentos,
el pausar rebelde de las olas
golpean y sacuden mis tormentos.
Dejarte ir esa tarde lejana,
sujeto a otros ojos morunos,
devenir clavado en mis entrañas
de otoño cansino e incierto.
Envuelto en sonriente primavera
cegado por vaivén del destino
vilezas trastocaron mi vera.
Añeja voz aduló mi oído.
Dulce acude tu recuerdo, Amanda,
mi corazón roto vibra manso,
unido al amor eterno en mi alma
¡Contigo, prometedor destino!
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