Bajo el conjuro con esa luz fría y mortecina
se vislumbra la silueta en el espejo.
Una bella joven que afligida, por amor suspira.
Ramón indolente y pretencioso, no la quiere
y la mira con desprecio.
Por horrible incertidumbre presionada,
saber quería, ¡¡si era amada!!
Despacito, atemorizada, desdobla el pañuelo
y la foto exigida ofrece.
Frente ella, quien luce ojillos fisgones,
agazapada en negra capa,
con la escoba que infaltable por ahí se divisa
en un rincón, daba señales obvias que,
a quien la joven visita poseedora es, de artes diabólicas.
¡De eso, la bribona hechicera se jacta con orgullo!
¡Ya mil años de embrujos realizados!
Con el libro del maestro Merlín, bajo el brazo,
a mudar corazones con denuedo ella se obliga.
Atiza el fuego y con sus estriadas manos de uñas afiladas
comienza en segundos a sumergir la foto en blanco y negro,
en el agua, tartamudeando mágicas palabras…
En el recipiente, la silueta de Ramón se esfuma lentamente
en vapor denso a marejadas.
La imagen varonil yace en el fondo
angustiosa señal que la vida se escapa,
por virtud de la abundante pócima que bulle en el caldero.
En silencio sepulcral, mirando que ya nada palpita
en la imagen incolora y remojada,
el ambiente se humedece de un sospechoso y azufrado vaho
que toma cuerpo y se hace cada vez más fuerte,
de manera que el inspirar, insulta,
tétrica habitación que a la joven hace tiritar arrepentida.
—¡¡Solamente quería saber si Ramón me amaba!!
—desconsolada clama.
La situación toma otro cariz.
Dos ojillos enfurecidos echan chispas
y el revolear de una capa negra alza vuelo;
envolvente ráfaga de frío fantasmal, penetra,
el insinuante graznido del ave que se posa en el hombro,
de la joven, la estremece erizando su cabello.
—No…, no quiero… ¡Ya basta! —grita y sigue: —Muerto
no me sirve para nada.
¡Señora devuélvale a Ramón su corazón!
Pero déjelo sólo un momento en un camino oscuro, sin el alma.
¡A dos pasos del abismo!
El mismo camino amargo que yo he recorrido por su indolencia.
—¡Pero sálvelo, Ramón es el hombre que amo! —reclama.
La bruja maloliente
algo masculla, atiza el fuego
y
su mano contornea el largo palo que sacude
los
mejunjes del caldero,
exigiendo
su rogativa se cumpla.
En el agua espesa la transformación empieza a tomar cuerpo…
¡¡¡Una figura!!!
El personaje cierta tonalidad refleja…
Su cuerpo viscoso aclara…
Perfilando un nuevo amanecer y jubiloso, exaltado
y despistado, un hombre, de un brinco se levanta,
pisa tierra fuera del caldero.
Largos años a olvido perfumado y…
¡Sin saber lo que ha pasado…!
Mira estupefacto a esa negrura fea, sin dientes y uñas largas,
enloquecido suelta un grito que llega a la estratósfera
y se abalanza a los brazos
de la joven que, lo mira interesada.
Él la observa, cavilando, jamás haberla visto, pero de plano
promete amarla, adorarla, más allá de lo soñado.
—“¡Mi retina no recuerda que Ramón fuera tan guapo!” —susurra ella.
Queda sola la hechicera con sus trastos.
Aferra el recipiente que vaciar pretende,
mas…, se ha vuelto tan pesado.
Mira desconcertada, el fondo del envase
introduciendo sus dedos con afiladas uñas, que desprenden…
¡La clara figura del amado de la joven que recién se ha marchado!
¿Ramón? Sí, ¡Ramón!
—¡Me he equivocado! ¡En el fango otra alma he
dejado encadenada!
—Oh, por las barbas de Merlín… ¡Otra vez
el sortilegio ha fracasado!
—La pócima hipnotizadora… ¡No logró el efecto anhelado!
—masculla.
Arrellanada en sus refajos con el gato negro lamiendo su cara,
en esa oscuridad que a rumiar facilita..., solloza pensativa.
Mil años de hechizar son demasiados
y fastidian más allá de lo infinito.
¡Hasta a la hechicera más maléfica consabida!
2013-05-23
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