La abuela Elcira con sus
hijas Rosa y Rosenda, trabajaban cabeza gacha en la cosecha de legumbres, ya el
hijo mayor Horacio estaba cansado y andaba pateando
la perra, muy malhumorado. La abuela miraba para todas partes y no veía a
Nachito desde la mañana.
—Rosa, has visto a Nachito. —preguntó.
—No mamá, no he visto ese cabro hace mucho
rato. —responde.
—¿Benaiga
donde andará?
Llegó el atardecer y la
gente, terminada su labor del día comenzó a retirarse hacia las casas.
De lejos vieron a Nachito
correr hacia ellos.
—Abuelita, abuelita no me dejen, estoy muy
cansado y tengo tanta hambre que me comería un buey.
—¡Pero hijito, donde andabas, por Dios!
—Allá, pues abuelita, en la punta del cerro,
pero ya me entumí y me dio hambre entonces bajé, pero que no me pille mi tío
Horacio, por favor.
—Él ya se fue, ¿qué andabas haciendo?
—Cuando le corté de raíz la tusa al caballo
y di vuelta el balde con leche, se enojó y me gritó:
¡Sale para allá que no sirves para nada! ¡Ándate mejor a la punta del cerro cabro
de miéchica! —, ay abuelita, para allá me fui corriendo antes que me alcanzara
y ¡allá estaba!, pero… ¿No me dijo hasta cuándo?
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